imaginación

La imaginación es mas importante que el conocimiento

jueves, 14 de junio de 2012

Leyenda: QUE EL PEDERNAL TE ARRUINE

Leyendas del conde. Esta es la tercera de una serie de leyendas correspondientes a ese conde avariento que todos hemos oido contar al que se le convirtió la cosecha en tirra, pero tambien la pasaron mas maldiciones, las otras dos leyendas ya publlicadas en este blog son: "El caballo del conde" y "La Calabaza". En total serán doce.
QUE EL PEDERNAL TE ARRUINE
El dueño de todos esos terrenos era el llamado conde de Puñonrostro, que poseía lo que en la antigüedad se llamaba término redondo pues era todo suyo en contraposición con término lineal, lo que había a un lado del camino era de un dueño y lo del otro era propiedad de otra persona. Así por apocope de término redondo se quedó en Tº redondo o sea Torredondo. Su escudo heráldico era “águila castillo y cruz” y lo tenía reflejado en todas sus posesiones y carruajes. Vivía en Segovia este ilustre señor de linaje un poco dudoso, pues decíase que era de ascendencia judía, cuando en Segovia éstos no estaban bien vistos por el acto sacrílego de la sinagoga Mayor. A propósito de su dudoso linaje se dejaba oír por las calles a trovadores y vagabundos la copla que decía: ¡Águila castillo y cruz…! / ¡judío ¡ ¿de dónde vienes? / Pues que tu pila capuz / Nunca lo tuvo ni tiene / El águila lo eres tu / El castillo el de Emaús / Y la cruz donde pusiste / A nuestro señor Jesús / Y de este gesto tan hosco / tiene el título de noble / El conde de Puñonrostro. Vivía digo, en el torreón Arias-Dávila donde hoy día está la Delegación de Hacienda, frente a telefónica, y la calle donde vivían sus siervos era una que sale de la Plaza Mayor y se denomina Calle de Escuderos del Conde, habiéndose quitado esa última palabra hoy en día. Tenía las eras de la mayoría de sus posesiones en Torredondo, y tan avaro era el citado conde que por las noches temiendo que le robasen el grano le gustaba darse un garbeo por entre los montones por ver si pillaba a alguien eszaleando o robando. Una noche de verano vio entre los peces de grano un bulto de alguien que parecía estaba llenando una alforja de trigo. Era un vagabundo que la furia del hambre le hacía robar pequeñas cantidades para poderlo cambiar por pan o cualquier sobra de comida cuando iba mendigando por los pueblos. Al conde no le caían muy bien estas personas desheredadas, pues ya había tenido más trifulcas con ellos. Acercose a él, ensoberbecido y con insolente arrogancia y bamboleándole de la pechera le hizo volcar el grano que llevaba en la alforja echándole a patadas de las eras mientras el vagabundo le decía esta maldición:
" Que el pedernal te arruine. ! que todos tus trillos prendan fuego al chocar con el suelo!
Se iba el vagabundo mascullando estas frases y no acertaba el conde a averiguar ese significado de que “el pedernal te arruine”. La maldición que en un principio parecía un berrinche del trotamundos se fue haciendo realidad en los días sucesivos. Las eras estaban engorronadas, eran piedras de río o sea gorrones metidos en la tierra para poder machacar mejor las gavillas de la mies con el trillo. El trillo, esa rústica herramienta que era la atracción de los chicos pequeños, en la parte que da con la parva está plagado de piedras blancas con filo que es lo que hace triturar las gavillas y separar el grano de la espiga. Cuando el pedernal es herido por el gorrón salen chispas, lo que provoca inmediatamente un incendio en la parva. La maldición del buscamundos que hizo al conde estaba en funcionamiento. Cuando ese día se puso el trillo a dar vueltas, al cabo de un rato cuando había bajado el volumen de las gavillas y antes de poner las volvederas, el pedernal chocó contra el suelo y con las chispas comenzó poco a poco a hacer llamas, cuando el criado se quiso dar cuenta había ya en la parva un círculo de fuego incapaz de dominar, toda la parva fue pasto de las llamas. Al día siguiente volvió a pasar la misma cuando el trillo estaba haciendo su labor, el pedernal volvió a hacer fuego. Y al siguiente día y en la siguiente parva. Por más cuidado que tenían los criados con el trillo todas las parvas se le quemaban a ese rico avariento por negarse a dar una alforja de grano a un pobre vagabundo. Así comenzó el conde a explicarse la maldición del zampagranzas. Cuentase que ese trotamundos era San Bartolo patrono de Torredondo que le quería poner a prueba al conde y que otra vez también por negarse éste a darle algo aun pobre de sus gigantescos montones se les convirtió en tierra.

viernes, 8 de junio de 2012

Leyenda del Conde "LA CALABAZA"

Acudió por las posesiones del conde un monje medio beato medio eremita con un libro en la mano, iba meditando, era verano y este santo varón se puso a pasear por un camino y a leer, y fue a dar a Torredondo, donde unos gigantescos montones de grano permanecían en las eras esperando a ser guardados en los correspondientes graneros que el conde propietario de dichas riquezas tenía repartidos por muchas leguas a la redonda. Era el fraile que allí llegó un miembro de la comunidad de observantes o de oblatos que tenían el convento en Segovia y se dedicaban a predicar por varios sitios llevando la paz, la comunión y la confesión a cuantos cristianos quisieran acercarse a él. Pasó el religioso por entre las eras y se puso a dialogar amigablemente con el conde. Este fanfarroneaba de las buenas obras que hacía, de lo que colaboraba con las órdenes religiosas, de lo que ayudaba para construir la nueva catedral que se estaba levantando en Segovia, de las obras de beneficencia que hacía, de lo que ayudaba a los pobres, etc, etc,. Tanto tanto se valoró el conde delante del santo varón que hasta le creyó. Al despedirse éste a la caída de la tarde le dijo al ricachón: -" Coje un puñado de trigo y quedarás pagado " El conde era muy avaricioso y creyendo que iba a malgastar el grano cogió un puñado mas bien pequeño y se lo guardó en el bolsillo. No sabía lo que significaba ese mensaje, lo cierto es que a la mañana siguiente miró en el bolsillo el conde y vio que cada grano de trigo se había convertido en una esmeralda, una hermosa piedra de colores valiosísima ante los ojos de los humanos. Tan contento se puso el ricohombre que se tiraba de los pelos por no haber cogido un puñado más grande, ¡qué digo! Un puñado con las dos manos, o mejor, haberse llenado todos los bolsillos del pantalón, del chaleco, de la camisa, de la chaqueta, ¡todos los bolsillos llenos! De haberlo sabido ¡cuántas esmeraldas habría conseguido!. Pero bueno, tenía un buen puñado de esas piedras preciosas. Las llevó a un orfebre y mandó hacer collares y anillos para su mujer y sus hijas hasta que se acabaran. Al año siguiente y también en verano acudió otra vez el monje penitente paseando por las eras del conde. Iba meditando con su libro, a veces mirando al cielo, a veces mirando al campo, maravillándose de las riquezas de la creación. Llegó a las eras y allí estaba el noble avariento deleitándose con la vista en sus montones de grano gigantescos y descomunales que se veían desde los pueblos limítrofes y que para él siempre le parecían pequeños. Comenzaron la conversación los dos tertulianos y como siempre el aristócrata comenzó a alabarse: ¡que el grano que él había dado a la comunidad de dicho monje! ¡qué los donativos a las viudas! Que las ayudas a las obras pías!, que el diezmo a la iglesia! Que una capilla en la iglesia de San Martín que era donde esperaba ser enterrado si es que algún día se moría pues gente tan buena como él no debía de morirse nunca –según pensaba- etc etc…. Acabada la conversación y al atardecer entró el monje en una choza hecha de bálago y que en su interior había útiles para la labranza y un botijo con agua, algún talego con la merienda, una banasta con nueces, frutos secos, sandías, algún tomate melones, y una gigantesca calabaza. Cogió el monje una nuez y se la puso en la mano diciéndole:
"llevatela a casa y mañana estarás pagado"
--¡espera dijo el conde rápidamente!-. Mandó venir a un criado con un carro que por allí había: “coge esa calabaza –señalando a una gorda- échala en el carro y llévamela a mi casa. Así lo hizo el criado que tuvo que llamar a otros tres gañanes para poder echar en el carro la gigantesca pieza. Se despidieron el conde y el santón y caminaron uno a Segovia a su convento y el otro a su casa blasonada a Torredondo acompañando al carro con la calabaza. Esperaba el conde ser recompensado como el año anterior con las esmeraldas. Se levantó al amanecer y fue a ver el trofeo del día anterior que permanecía en el carro en el corral. ¡Cuál sería su sorpresa!.
la calabaza se había convertido en PIEDRA
Se tiraba de los pelos. Sólo le pasaba eso a él por avariento, por creer que la calabaza se iba a convertir en piedra preciosa, si, si en piedra si que se había convertido, pero en lo de preciosa no. Cuentase entre los amigos de las leyendas que el monje beato era San Vicente Ferrer que pasó por Segovia una temporada, o San Bartolo patrono de Torredondo. Pasados los años la calabaza sigue en ese pueblo. Ha estado muchos años a la puerta de la iglesia, ahora está dentro para que las generaciones futuras recuerden siempre que:
" LA AVARICIA ROMPE EL SACO "