imaginación

La imaginación es mas importante que el conocimiento

lunes, 12 de noviembre de 2012

Leyenda: Hijas albas de ojos albos


!Que lo he dicho mil veces ¡ Que toda la gandulería y holgazanería que merodeais por entre los montones en los atardeceres no quereis mas que robar.
Así se refería el conde a un pobre miserable que encontró por entre los montones de grano y cabañas que había en las eras de Torredondo y todo pertenecía a este avariento señor. El pobre tullido trotamundos, cojeaba, estaba tuerto y su edad ya no le dejaba trabajar en ninguna actividad, nadie le quería, era un ser inútil, inservible, solo se podía dedicar a la mendicidad. Y acudió a pedir una limosna al conde, al ver tanta riqueza en esa era. Gigantescos montones de grano que llamaban la atención a cualquier caminante, y se veían desde los pueblos limítrofes de lo grandes que eran. Acudió este errante vagamundo a pedir una limosna, no a robar y se encontró que el conde le escupió en la cara y le echó de sus eras a empellones. Pero según se iba el haraposo le dijo al conde a la cara una maldición :
" QUE LOS DE TU DESCENDENCIA TENGAN LOS OJOS ALBOS "
Aunque el avariento no creía mucho en estas sentencias, si que le hizo enfurecer aún mas y llamando a algún criado que por allí estaba le cogieron en volandas y le sacaron a las afueras del pueblo dándole un puntapié y aconsejándole que no se aproximara a ese lugar nunca más.
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Al cabo de unos meses el conde tuvo una niña. Cual sería su sorpresa que cuando abrió los ojos los tenía completamente blancos. Donde los demás tenemos pupila, y niña e iris, donde los demás tenemos unos de un color y otros de otro una ventanita hermosa redonda, esta niña tenía todo el espacio completamente blanco.
caserio de Hijas Albas
Consultaron un galeno , diversos adivinadores y algún vidente y todos llegaron al mismo resultado. La niña era ciega. No podía permitirse el conde que un ricohombre esclarecido y excelso como él, con sus títulos nobiliarios, con sus casas, palacetes, torreones, tierras, yuntas caseríos criados y riquezas en general tener una hija ciega. Un aristócrata como él, ilustre, noble, lleno de virtudes, respetado, querido y a veces envidiado por sus riquezas por el mismísimo rey ¡ una hija ciega !. Debería buscar alguna solución, ciegos sólo podrían ser los pedigüeños, los vagabundos, los nómadas, los errantes que van de pueblo en pueblo mendigando un mendrugo de pan. Pero él, un conde inmensamente rico no podía tener una persona así en su descendencia.
Pasaron los meses y su mujer volvió a quedarse embarazada. Temeroso el conde de la maldición de aquel pordiosero para intentar anularla comenzó a gastarse dinero en misas, ayuda a las iglesias, a los monjes, a los conventos, pero nunca a los bohemios, trotamundos o pedigüeños de puerta en puerta. A esos el conde no les podía ver ni les perdonaría por tal maldición. El conde se gastaba el dinero en la catedral, en cruces de esmeraldas para sacarlas en procesión, en anillos al obispo, en estandartes para su cofradía en sepulcros de mármol que adornen las iglesias, por ver si así el siguiente hijo que iba a tener nacía sin mermar ninguna facultad física.
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Volvió a nacer otra niña. Rápidamente a las parturientas les dijo que la miraran los ojos. No se podía, aún los tenía pegados, deberían de esperar unos días. Todas las mañanas el conde se levantaba con el ansia de ver a su nueva hija con los ojos abiertos. Tardó más días de lo normal en despegarlos, cuando al final los abrió sus ojos eran ¡albos!. Su segunda hija y también con los ojos completamente blancos, como si fueran de cera, como si fueran de mármol, sin ningún dibujo, sin ningún color, ¡ sin vida ! .
Tenía el conde el castillo en Valdeprados, y un par de leguas mas abajo tenía una casa de labor a la que llamaban “ el caserío de los Moros” por estar situado al lado de este río, al que habían venido a vivir una familia que decía tener dotes de curanderos, una mezcla de religión y medicina, que ante las personas que ya no sabían a quien acudir les confiaban sus remedios por ver si surtían efecto.
Se fueron las dos hijas a vivir con esta familia al caserio, pues los cuidados que la mujerona de la casa “sanalotodo “ las tenía que dar era varias veces al día y estar con ellas en todo momento. La mujerona curalotodo a un hora les daba manteca de jabalí y rezaba una oración, a otra les pasaba una llave hueca por los ojos y recitaba versos, después las soplaba con el ojo abierto presignándose y acordándose de sn se qué santo. Por las noches patas de milano muerto, pócimas de culebras, oraciones a almas en pena, y un sinnúmero de gestos que iban haciendo día tras día la curación según creía la mujerona curalotodo y el conde esperaba. Algunos días iba el padre a ver a sus hijas al caserío: ¿ cómo están mis hijas albas ? –preguntaba-. Creo que pronto podrán ver- respondía la mujerona. El tiempo fue pasando y sus hijas albas no conseguían tener el don de la vista. Las hijas albas de ojos albos eran completamente ciegas.
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Ojos Albos (Avila)


Eran ya adolescentes las niñas del conde y un día en una excursión que hicieron con un precioso coche de caballos en dirección a Avila a pasar el día iban acompañadas por varios sirvientes, que montados a caballo guiaban la comitiva. Al pasar un puente estrecho por encima de un río un caballo del coche donde viajaban las niñas de ojos albos se espantó y cayeron por el precipicio caballos, coche conductor y niñas, muriendo todos en el acto


La casa de labor al lado del río Moros donde habitaron las niñas con la mujerona sanalotodo se llama desde entonces HIJAS ALBAS
y el pueblo donde cayeron por el precipicio OJOS ALBOS

" EL ESPANTIO "


La puerta del bar del pueblo tenía una cortina hecha de chapas de las botellas. La había hecho el mismo dueño, cuando la vida era más económica y todo se hacía en casa. A unos hatillos o cuerdas largas se habían ido añadiendo chapas de distintos colores dobladas por la mitad y muy juntas, varias tiras colgando de una tabla de la anchura de la puerta y desde el dintel al escalón hacían una cortina de verano muy vistosa, a mi en mi imaginación infantil estas cortinas de los bares me parecían hechas de caramelos. Y tenían un sonido muy especial, cuando un cliente entraba, al apartar los colgantes de chapas y al soltarlos hacían un sonido potente y tintineante. A nadie dejaban sin mirar a la puerta cuando se oían estos choques entre las diversas tiras de la cortina.


Todos los días acertaba a pasar un lugareño montado en su burro por cerca de la puerta del bar. El animal retorcía la cabeza y miraba con antipatía a la cortina. Tenía un tramo de recorrido el asno que caminaba como de medio lado con la desconfianza puesta en la vista y sobre todo en sus grandes orejas. Por mas días que pasara el asno por esa cortina jamás de los jamases pasaba tranquilo, siempre oliendo algo raro en esos colgajos de colores. Lo que a los chicos pequeños era una hermosura de cortina por sus colores variados, su sonido alegre y su parecido a caramelos, al borrico le parecía la caja de los truenos.
Días y días el jinete acudía a la fuente a por agua que estaba un poco más abajo. Unas aguaderas y cuatro cántaros eran un transporte necesario para la subsistencia de la familia. En verano había días de echar más de un viaje con los cántaros, y el muchacho después de cargarlos montaba encima del burro para ir a su casa, y al pasar por la puerta del bar siempre la misma postura de desconfianza del animal con la cortina y eso que el joven le intentaba arrimar a la pared para que se le quitara el miedo, pero ¡nada!.
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Cargó un día el mozalbete los cántaros en los serones y se montó encima con la carga bien aparejada para ir a su casa. Oía en el bar voces y conversaciones de gente que parecía estar más bebida de lo normal. No paraban las risas, los aspavientos y el alcohol de funcionar entre los clientes.
Justo al llegar a la misma altura de la puerta con el burro un borracho desde adentro apartó fuertemente la cortina haciendo un revoloteo con los tirantes de las chapas y un sonido estruendoso. El burro que iba con la mosca detrás de la oreja pegó un “ espantío” de medio lado que fueron a parar al suelo jinete, serones y cántaros preparando una gran catástrofe.
Nadie se sujeta el requiebro de un burro. Todo jinete cae por las orejas pues el animal no solo requiebra para un lado sino que también para atrás, por eso siempre se dice que es peor la caída de un burro que la de un caballo pues un burro hace el efecto repión, de lado y para atrás como cuando bailas un re pión con su cuerda. Por eso amigo lector las cortinas y los burros no son buenos compañeros y si son de chapas como las que antiguamente había en los bares ni se le ocurra pasar cerca, aunque las cortinas de chapas ya han desaparecido y los burros a punto están.




sábado, 3 de noviembre de 2012

Leyenda: " EL PREPUCIO DEL CONDE"


 Cuenta la leyenda que yo se la oí a mi madre y ella dijo haberla oído hace muchos años y después he comprobado yo que mucho no es leyenda sino verdad, que Carlos i rey de España dio el título de conde de Puñoenrostro en 1523 a Juan Arias hijo este del protagonista de la historia y primer conde, dueño este de innumerables tierras y castillos por toda España pero principalmente en Segovia donde tenía su asentamiento. Diego Arias Davila llamábase el auténtico conde y era un judío converso. Habíase convertido al cristianismo en un sermón que San Vicente Ferrer había echado allá en una cruz que hay a la puerta de lo que hoy en día es la ermita del Cristo del Mercado en Segovia y el cual este santo diariamente echaba sermones a los segovianos en ese lugar.


Pero los judíos tenían a gala ser judíos de rompe y rasga y aunque por fuera parecían cristianos, pues se habían visto obligados a convertirse, en su interior y dentro de las casas seguían profesando la religión hebrea. El día de descanso no era el domingo sino el sábado y la pascua la celebraban rociando con la sangre del cordero la puerta de su casa.
Pero estos ritos y costumbres de Israel se habían visto obligados a cambiarlos por el feroz ataque y la expulsión del país que habían recibido de los cristianos.
También tenían mala fama estos hebreos por el acto sacrílego que sucedió en la iglesia del Corpus Cristi y otro acto en Sepúlveda en el que crucificaron a un niño para revivir la muerte de Cristo y así herir a los cristianos. Pero un rito que los delataba era la circuncisión. Todo judío varón era retajado que se decía a los cuarenta días de nacer y se guardaba su prepucio en un tarro con alcohol.
Si la justicia descubría ese prepucio acusador en casa de algún converso automáticamente era condenado a la hoguera por tener esa prueba de convicción. Todos los judíos deberían de haber destruido su tarro o en su defecto deberían de partir hacia el destierro a otros lugares.
Diego, el primer conde, ni fue al destierro ni destruyó el tarro donde guardaba el prepucio de la circuncisión. Era un cristiano judaizado, tenía tantas riquezas por ser contador del rey que no estaba dispuesto a desterrarse y dejar perdidas sus posesiones, sus innumerables caseríos, castillos, torreones, coches de caballos y varias mujeres con las que yacía siempre fuera de la ley y bajo la sombra del anonimato.


Pero un día llegó al rey el mensaje de que este conde tenía el famoso tarro escondido en casa. Rápidamente el rey mandó a varios miembros de la justicia a inspeccionar su casa. Si se descubría esta prueba judaizante se le quemaría en la hoguera.
Cuando vio el conde que llegaban por el camino a caballo ese ejército vigilante y oliéndose lo peor cogió rápidamente el tarro y corrió hacia un montón de trigo que había en las eras frente a su casa y lo empujó hasta enterrarlo en el grano.
Llegaron los de a caballo a la puerta de su casa y a la voz de: “ abra paso a la vara de la justicia “ entraron en la mansión que el conde tenía en Torredondo y comenzaron a hurgar, revolver y rebuscar el preciado tarro. Varias horas estuvieron estos individuos husmeando por todos los aposentos no dejando títere con cabeza. Pero nada consiguieron encontrar.Después de mucho rato y no habiendo encontrado nada los servidores del rey abandonaron el lugar con las manos vacías.
El conde había puesto a buen recaudo el tarro acusador en el montón de trigo. Pero pasaron los días, y no atreviéndose a sacar Diego el prepucio de su escondite por temor a que le pillaran,un pobre vagabundo acudió a Torredondo pidiendo limosna y el conde avariento le echó los perros para que se fuera de sus posesiones prefiriendo que toda su hacienda se convirtiera en tierra antes que dar limosna a un desheredado . Y así fue. Los montones de grano se convirtieron en tierra como leyenda que todo el mundo sabe quedándose el tarro con el prepucio dentro del montón de trigo, y justo encima una piedra para indicar el lugar exacto donde se encuentra la prueba acusadora judaizante.