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La imaginación es mas importante que el conocimiento

viernes, 8 de junio de 2012

Leyenda del Conde "LA CALABAZA"

Acudió por las posesiones del conde un monje medio beato medio eremita con un libro en la mano, iba meditando, era verano y este santo varón se puso a pasear por un camino y a leer, y fue a dar a Torredondo, donde unos gigantescos montones de grano permanecían en las eras esperando a ser guardados en los correspondientes graneros que el conde propietario de dichas riquezas tenía repartidos por muchas leguas a la redonda. Era el fraile que allí llegó un miembro de la comunidad de observantes o de oblatos que tenían el convento en Segovia y se dedicaban a predicar por varios sitios llevando la paz, la comunión y la confesión a cuantos cristianos quisieran acercarse a él. Pasó el religioso por entre las eras y se puso a dialogar amigablemente con el conde. Este fanfarroneaba de las buenas obras que hacía, de lo que colaboraba con las órdenes religiosas, de lo que ayudaba para construir la nueva catedral que se estaba levantando en Segovia, de las obras de beneficencia que hacía, de lo que ayudaba a los pobres, etc, etc,. Tanto tanto se valoró el conde delante del santo varón que hasta le creyó. Al despedirse éste a la caída de la tarde le dijo al ricachón: -" Coje un puñado de trigo y quedarás pagado " El conde era muy avaricioso y creyendo que iba a malgastar el grano cogió un puñado mas bien pequeño y se lo guardó en el bolsillo. No sabía lo que significaba ese mensaje, lo cierto es que a la mañana siguiente miró en el bolsillo el conde y vio que cada grano de trigo se había convertido en una esmeralda, una hermosa piedra de colores valiosísima ante los ojos de los humanos. Tan contento se puso el ricohombre que se tiraba de los pelos por no haber cogido un puñado más grande, ¡qué digo! Un puñado con las dos manos, o mejor, haberse llenado todos los bolsillos del pantalón, del chaleco, de la camisa, de la chaqueta, ¡todos los bolsillos llenos! De haberlo sabido ¡cuántas esmeraldas habría conseguido!. Pero bueno, tenía un buen puñado de esas piedras preciosas. Las llevó a un orfebre y mandó hacer collares y anillos para su mujer y sus hijas hasta que se acabaran. Al año siguiente y también en verano acudió otra vez el monje penitente paseando por las eras del conde. Iba meditando con su libro, a veces mirando al cielo, a veces mirando al campo, maravillándose de las riquezas de la creación. Llegó a las eras y allí estaba el noble avariento deleitándose con la vista en sus montones de grano gigantescos y descomunales que se veían desde los pueblos limítrofes y que para él siempre le parecían pequeños. Comenzaron la conversación los dos tertulianos y como siempre el aristócrata comenzó a alabarse: ¡que el grano que él había dado a la comunidad de dicho monje! ¡qué los donativos a las viudas! Que las ayudas a las obras pías!, que el diezmo a la iglesia! Que una capilla en la iglesia de San Martín que era donde esperaba ser enterrado si es que algún día se moría pues gente tan buena como él no debía de morirse nunca –según pensaba- etc etc…. Acabada la conversación y al atardecer entró el monje en una choza hecha de bálago y que en su interior había útiles para la labranza y un botijo con agua, algún talego con la merienda, una banasta con nueces, frutos secos, sandías, algún tomate melones, y una gigantesca calabaza. Cogió el monje una nuez y se la puso en la mano diciéndole:
"llevatela a casa y mañana estarás pagado"
--¡espera dijo el conde rápidamente!-. Mandó venir a un criado con un carro que por allí había: “coge esa calabaza –señalando a una gorda- échala en el carro y llévamela a mi casa. Así lo hizo el criado que tuvo que llamar a otros tres gañanes para poder echar en el carro la gigantesca pieza. Se despidieron el conde y el santón y caminaron uno a Segovia a su convento y el otro a su casa blasonada a Torredondo acompañando al carro con la calabaza. Esperaba el conde ser recompensado como el año anterior con las esmeraldas. Se levantó al amanecer y fue a ver el trofeo del día anterior que permanecía en el carro en el corral. ¡Cuál sería su sorpresa!.
la calabaza se había convertido en PIEDRA
Se tiraba de los pelos. Sólo le pasaba eso a él por avariento, por creer que la calabaza se iba a convertir en piedra preciosa, si, si en piedra si que se había convertido, pero en lo de preciosa no. Cuentase entre los amigos de las leyendas que el monje beato era San Vicente Ferrer que pasó por Segovia una temporada, o San Bartolo patrono de Torredondo. Pasados los años la calabaza sigue en ese pueblo. Ha estado muchos años a la puerta de la iglesia, ahora está dentro para que las generaciones futuras recuerden siempre que:
" LA AVARICIA ROMPE EL SACO "

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