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La imaginación es mas importante que el conocimiento

domingo, 8 de julio de 2012

Leyenda de La Losa "LA CUEVA"

La gente de La Losa llama a ese paraje Ceponillos y los de Madrona lo llaman el Simarrón. Pertenece al término de La Losa y entre varias cavidades que hay en la roca una penetra para adentro haciendo una cueva. El rio o arroyo que corre frente a ésta se llama de las Cuevas haciendo honor a este nombre y a esta galería sin investigar. Esta encañonado entre dos laderas haciendo un frondoso valle .Se había oído contar que esta gruta tenía otra puerta mas pequeña como a dos kilómetros en dirección al palacio de Riofrío y dentro del bosque. Una vez estaba un leñador con su hijo y una gigantesca culebra había salido de la cueva cogiendo al muchacho entre sus anillos, corriendo el padre con el hacha hacia tan gigantesca bestia sobrehumana le dio un hachazo con intención de partirla en dos y observó como rebotaba el hacha como si diera en piedra, la bicha consiguió arrastrar al infeliz muchacho hasta los adentros de la gruta y desde allí gritó a su padre:
Vete! que una me coje y diez me comen
Aterrorizado el leñador lo contó en el pueblo el suceso, y si que habían observado que de vez en cuando faltaba algún ternero de las fincas de alrededor. Tomaron una decisión, tapiar la cueva. Cuando estrecha, a los pocos metros de la puerta harían una pared para que la gigantesca bicha no pudiera salir. La cueva en su comienzo es bastante alta, caben varias vacas pero pronto se estrecha en forma de embudo y cuando queda como a la altura de un hombre tapió el leñador la gruta con piedras muy bien ensambladas para que el reptil no pudiera salir y muriera allí con toda su descendencia. Pasaron los años y fueron heredando la finca distintas generaciones. Una vez el propietario siguiente de esa cueva quiso cerciorarse de que la gran bicha y su prole habían desaparecido. Quitó la tapia de piedra y metió a un perro. Volvió a poner la pared. Según estaba tapando la cueva comenzó a oír ladridos del perro, primero como si quisiera hacer frente a algún peligro que había visto, gruñidos y ladridos como queriendo atacar, posteriormente observó como los ladridos eran de huida, como que se quería ir, y después como que le habían cogido y le estaban intentando ahogar. De repente los ladridos ahogados desaparecieron, el perro había muerto. El hombre palideció, pues no podía creer que después de tantos años la bicha o sus descendientes estuvieran vivos, ¿qué comían? Necesitaban animales grandes para alimentarse, y por esa boca de la cueva nunca habían salido. Se fue pensativo, esa gruta debería de tener otra puerta. A los pocos días el lugareño cogió un gallo, el más grande y hermoso del gallinero. Se fue a la entrada de la cueva, quitó unas piedras y metió al gallo.
Le espantó para que entrara hacia adentro, puso las piedras y tapó para que no pudiera salir. Oyó revoloteos del animal, kikirikís acelerados, vuelos y en la lejanía oyó como desaparecía el ruido pero como si el gallo hubiese escapado. Cogió el lugareño el camino de vuelta a casa y se lo contó a su mujer. Al cabo de unas hora vio como entraba por la puerta del corral el gallo un poco desplumada la cola pero nada más. El misterio se había desvelado la gruta debía de tener otra puerta pues por la entrada del Simarrón no había salido el gallo y seguramente estaba en el bosque de Riofrío y la bicha y su prole se habían alimentado y aún hoy se siguen alimentando de animales grandes, de ¡ciervos! De ahí tantos años, y allí sigue en esa gruta aunque la puerta del Simarrón permanezca tapiada.

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