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domingo, 22 de julio de 2012

leyenda de Madrona "EL PUENTE MATAMUJERES"

Temor y muerte en la memoria de un pueblo.
La Casona y la taberna que existía detrás fueron escenario de escenas horrorosas
. El panadero como todas las mañanas había cargado su tartana con unas maquilas de pan para venderlo en Perogordo que le pillaba de paso a Segovia. A punto de amanecer enganchó el percherón al carromato y se dirigió cuesta arriba hacia la ermita y después por el puente del arroyo Pozuelos en dirección a la ciudad. En un cerro por donde pasaba el camino vio dos bultos extraños y ensangrentados, se acercó el tahonero deprisa con su carruaje y al parar el percherón vio que dos monjas yacían muertas y con las vestiduras rasgadas en la cuneta del empedrado camino. Nervioso dio la vuelta a los cadáveres y los inspeccionó para ver la causa de la muerte. Las monjas habían sido atadas las manos, violadas y posteriormente asesinadas con un gigantesco machete como el que se pone en los fusiles de los soldados. Deshizo el hornero el camino hacia Madrona y dio aviso a las autoridades del pueblo. Por aquel entonces los soldados franceses tenían el acuartelamiento en un gigantesco caserón llamado la Casona y ellos eran los que por medio de la fuerza y la dictadura regían los ideales del pueblo. Entre risas y aguardiente trajeron los cadáveres de las monjas en la tartana del trajinante que miraba atónito el espectáculo sin poder hacer nada, y las enterraron sin dar cuenta a nadie . A la mañana siguiente iba el panadero por el mismo camino y bastante antes de llegar al cerro donde el día anterior había encontrado las monjas, justo en la ladera del puente que hace el camino con el arroyo Pozuelos otro cuerpo de mujer yacía tirado y revuelto entre la maleza. La joven muchacha había corrido la misma suerte que las monjas, maniatada la habían violado y después unos profundos machetazos la habían hecho pasar de la agonía a la muerte. La persona que hacia tan horribles crímenes debería ser un hombre fuerte por la feroz lucha que debió de tener la joven mujer y el asesino por los moratones que en ella se veían. Avisó el tahonero a su familia y a los napoleónicos del cuartel de la Casona que tuvieron un poco mas de respeto que con las monjas porque estaban el padre y el novio de la joven que juraron venganza si lograban dar con el asesino. Lo cierto es que los soldados que habitaban en Madrona pertenecientes a las tropas francesas no tenían muy buena fama, pues hacían muchas descalabraduras, preparaban camorra, eran unos brabucones, cometían muchas barbaridades y a raíz de estos crímenes los lugareños pasaban por la peña para ir a la iglesia mirando con recelo el enigmático caserón y escupiendo al suelo.
Habían pasado pocos días de los abominables sucesos de las monjas y de la mujer y el trajinante de la tartana cada mañana que pasaba por esos lugares hacía la señal de la cruz en memoria de las infortunadas víctimas, cuando otra mañana se volvió a repetir la historia en la ladera del puente. El tahonero vio como una mujer ensangrentada y ultrajada permanecía con las manos fuertemente cerradas como aferrándose a algún talismán en la agonía que la precedió a la muerte. La mujer era una hermosa recién casada que enamorada de su marido había sido violada antes del amanecer cuando su cónyuge estaba fuera de casa y transportada en su caballo había sido tirada en ese puente para que el hornero diera cuenta al cuartel de la Casona. Con desesperanza y tesón consiguió el panadero abrir las manos de la mujer y vio como unos botones de soldado junto con un jirón del uniforme apretaba bruscamente el neurótico cadáver que en su agonía pudo arrancar al asesino. Esta vez el hombre no dio aviso a los galos. Cargó el cadáver en su vieja tartana y fue a buscar al marido y le contó la historia. Con la rabia y el llanto contenido propio de un ultrajado implado de odio, fue a su casa y cogió un fusil que tenía colgado en la chimenea, le puso doble carga de pólvora y metralla y se dirigió a la Casona para dar un escarmiento al malaentraña y vil asesino de su esposa. Desde un moral que había en una huerta de al lado, fue observando uno por uno la recua de soldados y mamarrachos que permanecían al sol chingando botellas de vino diciendo apestosas blasfemias y zampando bocadillos en una mañana primaveral. Observaba las botonaduras de las mangas de los franchutes al levantar el odre de vino hasta que guipó a uno entre la purrela de borrachos, el mas grandón, baldragas y desgarbado, a medio afeitar, blasfemo y baboso, que tambaleándose comía y bebía como en una fiesta demoníaca, arramplaba con cuanta comida podía coger, añusgándose a cada instante y soltando gargajos descomunales, tocándose algunas veces la bocamanga de la guerrera como si algo le faltara. Ese que atisbó era el que buscaba, el que había matado a las monjas en el cerro y a las mujeres del puente, a ese asesino había que ajustarle las cuentas. Bajó el marido de la última víctima del moral donde había estado inspeccionando a los gabachos, agachado con el trabuco se fue acercándose al grupo donde había reconocido al grandón asesino, lentamente acercó la bocacha del fusil a la espalda del afrancesado y a la voz de :-¡eh grandón! Al darse la vuelta éste le disparó a bocajarro en el pecho reventándole las entrañas y esparramándole los entresijos de sangre y mierda, haciéndole caer de bruces en la peña que hay ante el portalón de la Casona. A raíz de estos sucesos los francófilos tuvieron que huir de su cuartel por el feroz ataque que los matronenses les propiciaron. Al cerro donde aparecieron los primeros cadáveres aun hoy se le conoce como Cerro de las Monjas, y al puente sobre el arroyo Pozuelos se le conoce como puente de Matamujeres, que era un puente de dos ojos de estructura adintelada, parecido al de las alcantarillas que hay entre el pilón viejo y el pilón nuevo y que desapareció este puente en la década de los sesenta para dejar paso a la carretera nacional 110 pero que aún hoy ese terreno donde atraviesa el arroyo se le conoce como Matamujeres. El torreón de la Casona que utilizaron los franceses como acuartelamiento se hundió en 1976 quedando el portalón hasta hace unos años que hicieron viviendas como en la finca del moral.
El arroyo Pozuelos discurre desde Hontoria por el Hocino hasta atravesar este puente por detras del cementerio y la cuesta Blanca, y ha hartado de cangrejos a muchos segovianos.

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