imaginación

La imaginación es mas importante que el conocimiento

domingo, 6 de mayo de 2012

EL PRECIO DE SER ARTISTA 2ª parte

¡Cuánto más le hubiera valido no montar! Pero Aniceto montó, cogió su micrófono, y como un general romano en día de gloria el artista iba en el carro de pie cantando su repertorio. Recorríamos el pueblo con un bullicio estruendoso, el carro con sus gigantescas ruedas traqueteaba por entre los gorrones con su sonido típico, varios jóvenes empujaban los radios y la pértiga iba dirigida por un mozo pero en vez de ir en la parte de adelante como cuando tiran los bueyes iba en la parte de atrás, la pértiga se dirige mejor por una persona si el carro va marcha atrás. La procesión bacanal y disparatada continuaba por las calles del pueblo vitoreando al cantante, se podría decir que la España mas negra y oscura, pues aún no había amanecido, caminaba por las calles, un hálito de esperpento rodeaba el bullicioso caminar de la juventud, que según reza la leyenda en esos años en Nochevieja se comían bellotas en vez de uvas, la imagen del carro con el cantante arriba hubiera valido a algún director de cine como Berlanga o Fellini para imaginar alguna de sus películas.
Otro guateque, otra canción del verano y limonada que te crió. Volvía Aniceto a montar en el estruendoso vehículo y del barrio arriba que estaba la concurrencia decidió bajar, atravesó una plazoleta para desembocar en la fachada de la Casona. Alegría, bullicio, aplausos, gozo, Aniceto estaba extasiado, el triunfo como cantante le tenía en sus manos, la paloma tutua-tutua le había lanzado al éxito de forma vertiginosa como vertiginosa era la cuesta abajo que empezaba en esa calle. Como un auriga del Coliseum el cantante continuaba con su arte sin observar que el carro iba cogiendo velocidad y se avecinaba un peligro inminente. Los jóvenes no podían frenar los radios de las ruedas, el que guiaba la pértiga tampoco conseguía detener la velocidad que el carromato iba cogiendo Peña abajo. Tan deprisa iba que el que dirigía la pértiga tuvo que soltarla pues no podía hacerse con ella. Todos corrían alrededor frenéticamente y Aniceto seguía arriba sin ver el peligro. -¡Aniceto tírate ¡- le decían a voces. El carruaje bajaba derecho a estrellarse con la puerta del salón a una velocidad que no se le podía parar, el artista no estaba dispuesto a tirar por la borda las mieles de la fama situado en ese estrado preferente. -¡Aniceto tírate ¡- le repetían viendo un peligro que le podía costar la vida .El tran- tran del carromato en unos bordillos le tambaleó al cantante pero no se cayó. El carro ya iba sólo, completamente aislado, por el peligro que era acercarse a él.

Pasó por la esquina del salón en línea recta a la plaza del pueblo a una velocidad de vértigo pero milagrosamente no tocó la pared, en ese momento el artista sí debió de ver el peligro y tuvo la feliz idea de brincar aunque se podía romper una pierna en la caída pero no se rompería la crisma un segundo después cuando el carro a gran velocidad llegó a un poyo corrido que había al final de la plaza y que en forma de media luna con el frontón servía para sentarse a ver jugar a la pelota, estrellándose las ruedas en él y a su vez hincándose la rabera del carro en el suelo levantándose la pértiga completamente perpendicular al cielo y dándose la voltereta sobre si mismo quedándose la pértiga en el lado contrario y el eje arriba del escaño, volteó completamente como una campana. Todos nos echamos las manos a la cabeza, Aniceto se había salvado de un accidente grave. Ya no quisimos mas canciones, amanecía, y el artista tenía que buscar a alguien para volverse a Segovia, quizás con la sonrisa un poco mas melancólica después del susto.

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